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El propósito de esta presentación es hacer una valoración de los diferentes escenarios de comunicación -océanos, mares y rutas terrestres- que fueron centrales en la globalización temprana. En un coloquio referido a los océanos, es bueno recordar que, con ser estos importantes en ese proceso, su estudio ha provocado ciertas desviaciones en el análisis de dicho fenómeno. En ese sentido, la intención es hacer ver la relevancia de algunos mares al respecto, con especial referencia al Mar Mediterráneo -un ejemplo, por otra parte, de lo sucedido en otros, como el Báltico, el Caribe y el Mar de la China-, así como de las rutas terrestres.
Para ello, se partirá de algunas ideas establecidas entre los historiadores, sobre todo en lo que se refiere al papel central del Atlántico en la globalización temprana. Como es sabido, este océano ha sido objeto de estudio privilegiado para la época moderna e incluso algunos autores han contrapuesto la historia atlántica a la historia de la globalización. Sin negar las razones para este hecho -avalado por investigación privilegiada-, la intención es mirar el Atlántico desde una perspectiva más amplia para suscitar una visión más crítica y sopesada de su papel en el proceso de articulación de las rutas comerciales entre c. 1500 y 1800. Esa perspectiva puede servir además para hacer una valoración crítica del peso relativo del Atlántico Sur respecto del Atlántico Norte, así como de lo que han sido las rutas más atendidas por la investigación hasta hoy, singularmente la Carrera de Indias entre Sevilla y el Caribe. El propósito final, más que el de aportar datos concretos o una tesis firme y cerrada, es el de ofrecer perspectivas críticas que susciten posibles cuestiones de investigación futuras.
Se trata con todo ello de intentar dar respuesta a las cuestiones apuntadas por el comité organizador de este evento. Es decir, las referidas a valorar la actividad de esos océanos en un contexto más amplio, con particular atención a su capacidad de dinamizar la globalización, y a analizar la continuidad y discontinuidad de estas vías de comunicación, así como la forma en que se articularon entre sí en la época moderna. Esta perspectiva tiene como trasfondo la necesidad de entender asimismo la importancia de las zonas de contacto -y a menudo marginales- entre océanos y entre estos y las rutas terrestres, que, más allá de aquellos, han facilitado los procesos de acercamiento y rechazo económico, con especial referencia a algunas ciudades portuarias y partiendo del hecho de que ese carácter de port-cities no se entiende solo desde el punto de vista de sus relaciones con el espacio marítimo, sino desde la consideración de su hinterland terrestre.
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En todos los procesos de propagación de religiones, el papel de los actores privados y de los grupos subalternos debe considerarse mucho más que un mero aditamento. Si es sabido que la expansión del Islam por África Oriental o Asia Meridional se sostuvo en redes de comercio musulmanas, también es preciso tener en cuenta que durante la temprana Época Moderna la Iglesia Católica constituyó un organizador global de primera magnitud en este mismo sentido. El establecimiento y expansión de sus estructuras a nivel mundial, superó a cualquier otra administración del periodo y dentro de ella las órdenes regulares con su flexibilidad y movilidad fueron las que mejor se adaptaron a aquella nueva situación. La incorporación en todos sus estadios de agentes procedentes del mundo del comercio y la finanza, la mutación estructural que supuso para algunas órdenes religiosas -en particular para las de nueva creación como jesuitas o carmelitas descalzos- la utilización e incluso la superposición de redes financiero-comerciales preexistentes y la participación activa en actividades mercantiles y financieras, es una fenómeno de trascendencia económica global que es preciso conocer en profundidad y sobre el que vale la pena reflexionar en un contexto historiográfico en el que la historia conectada facilite el abordaje de la dicotomía entre el mundo de las finanzas y el religioso-misional.
Durante la primera globalización, sabemos que los misioneros de las distintas órdenes religiosas se adaptaron al lenguaje y a los resortes propios del capitalismo mercantil al buscar mercados espirituales (almas), actuar como comerciantes espirituales (evangelizadores) y gestionar franquicias de sus respectivas órdenes (operaciones locales) tal y como ha señalado recientemente Ines G. Zupanov (Brill, 2021). Además, del mismo modo que operaron los comerciantes y otros inversores, buscaron involucrarse en empresas rentables y en negocios transcontinentales provechosos para liderar procesos de apertura, financiación, crecimiento y preservación de misiones cristianas o para la implantación de otro tipo de establecimientos religiosos ya fueran colegios, hospitales o universidades instaladas con carácter permanente en Asia o Iberoamérica. Lo hicieron apoyándose en modelos que ya habían dado resultado en Europa, aunque también implementaron otros nuevos adaptados a los territorios incógnitos. Estos procedimientos, conectados con empresas lucrativas, obligaron a los misioneros a desarrollar discursos y explicaciones sofisticadas para hacer compatibles los mandatos de las reglas de pobreza que definían a las diversas órdenes religiosas, con las actividades productivas y especulativas que pusieron en marcha justificadas siempre por el sostenimiento de las misiones católicas. El ejemplo bien conocido de las inversiones de los jesuitas de Japón en el comercio de la seda con China desencadenó acusaciones de enriquecimiento ilícito por parte de otras órdenes religiosas que fueron contrarrestadas con los argumentos de la necesidad, de la búsqueda de una autosuficiencia financiera y de los riesgos que asumían al participar en aventuras marítimas de gran peligrosidad e incierto resultado. Unas contorsiones dialécticas que fueron muy necesarias ya que aquellas actividades sostenidas en el tiempo podían amenazar con mancillar ante propios y extraños sus empresas espirituales.
Una cuestión menos investigada, pero de similar trascendencia es la repercusión que pudo tener en la consecución del éxito misional global y en la expansión internacional de órdenes religiosas de nuevo cuño, la integración de personas procedentes del mundo del comercio y las finanzas en sus estructuras organizativas. Abordaremos uno de los casos más llamativos acaecido en pleno siglo XVI que tuvo consecuencias trascendentes para la organización y el plan de expansión de la orden fundada por Teresa de Jesús. La incorporación de Nicolás Doria, un importante hombre de negocios devenido en carmelita, a la cúpula rectoral de la orden, aportando todo su capital relacional y sus habilidades vinculadas con las redes de comerciantes y financieros genoveses de las que había formado parte, le permitieron dar un impulso económico y organizativo trascendental al Carmelo Descalzo de modo que la obra teresiana consolidó una estructura sólida y jerarquizada que le permitió dar el salto cualitativo necesario para lograr en muy poco tiempo una transnacionalidad que en sus orígenes parecía imposible.
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Desde mediados del siglo XV vamos a asistir a un avance en la globalización, como consecuencia del crecimiento de la economía europea, lo que, unido a los descubrimientos geográficos, supuso un paulatino desarrollo de los intercambios comerciales, demográficos, financieros y culturales no solo en el interior de Europa y territorios próximos, sino también respecto a América, África y Asia. Para ello era necesario la conformación de redes mercantiles y financieras para vehicular mercancías y dinero entre los distintos nodos económicos a escala global. Una de estas redes es la que formaron los hombres de negocios castellanos, lo que explica, al menos parcialmente, el auge de la Monarquía Hispana en los siglos XV y XVI. Estamos, pues, ante “Océanos de Intercambio” de mercancías, capitales, cultura material e información.
Una de sus facetas fue la articulación del comercio entre Brasil y Europa en el siglo XVI. A través de dicha ruta se intercambiaron, amén de personas, múltiples mercancías: alimentos y productos manufacturados a cambio de azúcar, algodón y colorantes procedentes de América. Dicho comercio ha sido investigado por la historiografía portuguesa, pero en su análisis se ha obviado el protagonismo que tuvieron las redes mercantiles y financieras castellanas en la articulación de dicho comercio. Intercambios que fueron protagonizados por hombres de negocios, comerciantes y marinos de los puertos del norte de Portugal, especialmente Oporto y Viana do Castelo. Nuestra exposición parte del estudio, amén de las fuentes portuguesas, de dos bloques de documentación apenas utilizada: la información procedente de las 792 pólizas de seguros marítimos referentes a Brasil, conservadas en el Archivo del Consulado de Burgos de los años 1565-1587, junto con la centena de otras contratadas en Amberes en 1563-1564; más las 522 cartas y 315 letras de cambio de 1574-1602, procedentes de dichas ciudades y conservadas en el archivo Simón Ruiz de Medina del Campo. En suma, una masa documental muy importante.
A partir de dicha documentación se pueden reconstruir los flujos, agentes y características del comercio luso-brasileño. En él, compañías como las de los Baz, Dias, Vitoria, Rodrigues de Lago o Salgado (muchas de ellas formadas por “cristãos novos”) recurren, bien directamente o a través de corresponsales, a los servicios financieros de los burgaleses para asegurar sus cargamentos de ida y de vuelta del Brasil. Mercancías, cuyo destino es en gran parte el mercado europeo, especialmente Amberes, para lo cual se sirven del mismo procedimiento. Paralelamente, para mover el dinero recurren a las ferias de Medina del Campo y, de manera especial, a los servicios del banquero Simón Ruiz, de lo cual hay constancia en la abundante correspondencia conservada.
En consecuencia, podemos reconstruir la red mercantil y financiera que se mueve en torno a los intercambios entre Europa con Brasil, con sus diferentes nodos. De la misma manera, podemos estudiar las transferencias de información necesarias para el éxito de dichas operaciones, así como la gestión empresarial de aquellas compañías participantes, muy avanzadas para la época. Igualmente, nos permite comprender una de las facetas del funcionamiento de unas economías en proceso de globalización, en este caso la española y portuguesa, las más poderosas en dichas centurias a nivel internacional. Incluso, podemos establecer algunas de las razones de su éxito en el siglo XVI y su posterior fracaso en la centuria siguiente.
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Nuestra intervención examina las reformas de la administración hacendística imperial ocurridas durante el reinado de Carlos IV, abordando las medidas adoptadas por Floridablanca, Gálvez y Lerena para integrar y uniformar las haciendas de España y América. Su punto de partida lo constituye la pretensión de crear una administración más unificada, así como los desafíos y resistencias enfrentados durante este proceso.
La reforma –propuesta por Floridablanca y llevada a cabo tras la muerte de Gálvez– pretendía posibilitar un gobierno más uniforme de las haciendas de ambos territorios, uniendo las carteras de ministro de Hacienda de España e Indias en una sola figura en 1790. Sin embargo, el proceso nunca se completó del todo, pues a pesar de los avances significativos en la integración administrativa, siempre hubo diferencias institucionales. En particular, la ausencia de una Tesorería General en las Indias y el respeto a las constituciones históricas de cada territorio impidieron que la igualación administrativa fuese total. El proceso respetó por tanto las particularidades locales, lo que limitó la uniformidad deseada.
Las reformas, especialmente en el ámbito institucional, jugaron un papel relevante en la integración económica del imperio, fomentando una globalización temprana al conectar de manera más estrecha los territorios peninsulares y americanos. Se destaca la importancia de la creciente solidaridad financiera entre España y América, impulsada por el aumento de los gastos imperiales en los mismos territorios americanos, tanto en defensa como en administración. Esta interdependencia económica aceleró el flujo de capital y recursos entre las dos regiones, creando una red económica más globalizada. Sin embargo, la resistencia de algunos sectores a perder poder, como Gálvez y su red clientelar, retrasó el avance de una integración institucional más acabada. El proyecto de Floridablanca de unificar la administración fiscal ambicionaba sentar las bases de un sistema más dinámico y conectado globalmente.
El proceso de reformas fue, en gran medida, continuado, pero sufrió interrupciones y resistencias a lo largo del tiempo. Las tensiones políticas entre las distintas facciones y las resistencias institucionales impidieron que las reformas se aplicaran de manera regular. Incluso después de la reforma de 1790, la implementación fue limitada, especialmente en España, donde las reformas contables y de administración de rentas se aplicaron tímidamente en solo cinco provincias. En América, las reformas se ejecutaron de manera más firme, pero siempre respetando las tradiciones locales y limitando las facultades de los intendentes. Por tanto, el proceso no fue lineal y estuvo sujeto a diversas interrupciones y ajustes según las circunstancias políticas y locales.